martes, 15 de abril de 2008

PROGRAMA COMPUTARIZADO DEL FINAL DEL MUNDO

Domingo 2 de febrero de 1997. Caminé en círculos como un perro herido. Anoche estuve sentado frente a la computadora con Gino. Resultado: cero. Además, no me habían enviado una suma de dinero que estaba esperando y, sin ese dinero, no iba a poder viajar a Egipto para continuar mi trabajo y resolver el misterio. Eso sería un desastre. ¡Imagínese cómo me sentía, nada salía como debía ser!

De repente tuve esta brillante idea, que fue la de dividir la cantidad de años entre las catástrofes, por números conocidos. Al cabo de algunas horas tenía hojas llenas de cálculos; por lo visto, estaba llegando a alguna parte. Sin embargo, a esa hora aún no me había dado cuenta de que había cometido un error; sólo algunos días después esto salió a la luz.

Pero mi error me ayudó a acercarme a la solución del acertijo. Primero, simplemente sumé los números de los años, desde la catástrofe anterior hasta la próxima. Luego del cataclismo, al año 9.792 a.C. todavía le quedaban cinco meses para terminar, por lo tanto, tuve que empezar a contar desde un año más tarde: 9791 + 2.012 + 5 meses +11 meses (la catástrofe se produce en diciembre de 2.012) = 11.804. Con este número empecé a hacer más cálculos y hallé varias series de números. Tres días después me di cuenta de mi error. Había contado un año de más. El año cero no existe porque no puede dividirse; el siglo primero empezaba en el año 1 y terminaba después de 100. Nuestro calendario saltaba del 1 a.C. al 1 después de Cristo. Nadie hubiera podido contar el año cero, simplemente porque es incontable. Entonces, en realidad, deben haber pasado 11.803 años entre la destrucción anterior y la que había sido predicha. Pero, de hecho, eso no hacía la diferencia. Tanto los mayas como los egipcios trabajaban con números “sagrados”, con lo cual obtenían un resultado final demasiado grande, entonces, restaban un valor determinado, luego del cual llegaban al resultado correcto. Aquí había ocurrido lo mismo.

Accidentalmente, yo había trabajado con un número demasiado grande y con ello había llevado el acertijo casi a su resolución. Para empezar, dividí 11.804 por 117, porque este número era conocido y utilizado por los mayas para obtener números grandes (ver The Mayan Prophecies [Las profecías mayas]); 11.804 ÷ 117 = 100,8888888888. Me gustaba esta serie de números que parecía ajustarse al patrón de pensamiento de los atlantes. Además, estaba absolutamente seguro de que esto significaba algo, porque la serie numérica 888888888 era “sagrada” en Egipto (Albert Slosman lo tradujo de los jeroglíficos). Por lo tanto, seguí dividiendo. Algunos de los números que obtuve eran 52 y 36, porque eran conocidos por los mayas y los antiguos egipcios. Había una interesante correlación entre estos y el primer número que había encontrado:

11.804 ÷ 36 = 327,88888888
11.804 ÷ 52 = 227
327,88888888 - 100,888888888 = 227

Esto era demasiado hermoso para que fuera cierto. Entonces, lleno de coraje, empecé a multiplicar por el número de días en un año, siguiendo los dos calendarios:

11.804 x 365,25 = 4.311.411
11.804 x 365 = 4.308.460
11.804 x 360 = 4.249.440

En los cálculos anteriores había hallado el número 227. Al dividir los “supernúmeros” precedentes por 227, de repente di con los números “sagrados” de los mayas. Mis ojos no podían creer lo que estaban viendo. Se pueden reproducir con facilidad estos cálculos:

4.311.411 ÷ 227 = 18.993
4.308.460 ÷ 227 = 18.980
4.249.440 ÷ 227 = 18.720

Los números 18.980 y 18.720 son sagrados para los mayas, pero 18.993 no lo es. Eso me resultó un tanto extraño. Me rasqué la cabeza, mordisqueé el lápiz y nuevamente tomé mi calculadora electrónica. Los atlantes sólo podían restar, sumar, dividir y multiplicar, de modo que tenía que ser simple. Lentamente, ingresé el número 18.993 en la calculadora. Sin saber por qué hice una resta con el número 18.980: 18.993 - 18.980 = 13. Dicen que el número trece es de mala suerte, y debe ser verdad porque estaba presente en mi esquema de cálculos sobre el final del mundo. Por cierto, debía hacer algo con él. Pero ¿qué?
Un poco nervioso reingresé el número sagrado en mi calculadora, luego lo dividí por trece. Imaginen mi asombro cuando de repente el sagrado número de los egipcios apareció. Si no me cree, vea por usted mismo: 18.993 ÷ 13 = 1.461.
Este último número apunta al ciclo sotíaco (por Sothis, Sirio) en Egipto. Todos están familiarizados con un año bisiesto; significa que cada cuatro años agregamos un día para sincronizar la órbita de la Tierra alrededor del Sol. De hecho, deberíamos agregar un cuarto de día cada año, pero dado que esto no es muy práctico, agregamos un día cada cuatro años. Si no hiciéramos esto, tardaría 1.461 años (365,25 x 4 = 1.461) para que el calendario estuviera nuevamente en el rumbo correcto. El día en el cual ambos años coincidían marcaba el comienzo de lo que los egipcios llamaban “año nuevo”. Aquí yo había demostrado con claridad que existe una conexión entre los mayas y los egipcios.

Nuevos cálculos arrojaron los números 1.460 y 1.440.
18.980 ÷ 13 = 1.460
18.720 ÷ 13 = 1.440

El número 1.440 nos da cuatro periodos de 365 días. Según el egiptólogo Schwaller de Lubicz, esto era importante. Más aún, sabemos que 1.440 es el número de los minutos en un día, y esto completaba la evidencia.
Sí, en efecto, los “maestros de los números” de la Atlántida, una vez más habían hecho un buen trabajo. Es probable que esto haya ocurrido antes de la destrucción de su país. Entonces, deben haber calculado la longitud del próximo ciclo. Para eso lo dividieron en 227 períodos de 52 años, lo cual arroja un resultado de 11.804. Los mayas sabían que la destrucción sólo podía ocurrir cada 52 años. Si no pasaba nada entonces, iban a estar a salvo por 52 años más. Dividiendo el supernúmero 4.308.460 por un número al azar del ciclo maya, y multiplicando esto por el número de vueltas, siempre obtenemos 227. Es lógico porque 11.804 es divisible por 52 y las vueltas del calendario maya están compuestas exactamente por la misma cantidad de años. Si no lo entiende, en un momento se lo aclararé.

Los mayas tenían un ciclo calendario de 52 años; 52 años por 365 días arroja un resultado de 18.980 días. El doble de esto, o sea 104, nos da 37.960 días, etc.
He aquí algunos ejemplos:
Al final de cada ciclo de cincuenta y dos años o 18.980 días, los aztecas (los aztecas habían alcanzado el nivel de los mayas) estaban muertos de miedo. La última noche del viejo ciclo fueron hasta las colinas porque temían que el mundo llegara a su fin y que el Sol no apareciera más en el horizonte. Allí estudiaron el cielo y esperaron a que las Pléyades llegaran al meridiano sur. Si la agrupación de estrellas continuaba su movi­miento, ellos celebraban, porque entonces sabían que no vendría el fin del mundo. Encendían una nueva hoguera y enviaban antorchas a todas partes del reinado para festejar un nuevo ciclo ofrecido por el dios sol Tonatiuh.

Si esta historia es matemáticamente correcta, entonces el calendario maya debe ser tal, que el último día de un ciclo concuerde con el día de la destrucción. Después de todo, sus años “sagrados” eran demasiado cortos para permitir un cálculo correcto. Cada 52 años su calendario es: 52 x 0,25 =13 días fuera de su marcha. Por lo tanto, sus cálculos deben estar basados en el último día.

Según Diego de Landa (The Mayan Prophecies) [Las profecías mayas], esta celebración se llevó a cabo la última vez en 1507. Esta fecha no concuerda con la cuenta de 2.012. Para calcularlo, le debe sumar diez ciclos de cincuenta y dos años a 1507 (10 x 52 + 1.507 = 2.027). Esto nos da aproximadamente quince años de más. Si los aztecas en verdad tenían su gran celebración en ese día, entonces eso estaba errado. El conteo no empezó el 12 de agosto de 3114 a.C. porque hubiera arrojado una diferencia de alrededor de cinco años. Tampoco empezó en 9.792 a.C., porque entonces, existiría una diferencia de ocho años. Así, la pregunta aún permanece, ¿por qué los aztecas tuvieron su celebración en ese año? ¿O acaso se trataba de otra celebración?

Sin embargo, la tradición de celebrar cada cincuenta y dos años es correcta. El intervalo entre las dos catástrofes cubre 227 períodos de cincuenta y dos años. Probablemente, los aztecas copiaron esos datos pero no lograron interpretarlos acertada­mente. Decidí continuar mi búsqueda y tratar de resolveré acertijo. Con ese fin, trabajé con los supernúmeros que había hallado y los dividí por los números “sagrados” egipcios. El resultado fue el siguiente:

4.311.411 ÷ 1.461 = 2.951
4.308.460 ÷ 1.460 = 2.951
4.249.440 ÷ 1.440 = 2.951

Cuando vi esto, de inmediato pensé en el código del zodíaco. Allí, yo había obtenido tres veces el número 576. Al sumarlos y seguir trabajando con ellos, obtuve como resultado que la precesión del zodíaco está causada por un giro más lento de la Tierra. Hablando en términos prácticos: cada año la Tierra está atrasada en 3,33333 segundos en comparación con el año anterior. Probablemente iba a tener que usarlo otra vez, pero primero sumé el número 2.951 tres veces en una línea: 2.951 + 2.951 + 2.951 = 8.853. Eso era fácil. Pero ahora empezaba la parte más ardua del trabajo. ¿Qué debía hacer yo con este número? Por pura curiosidad lo dividí por 117. El resultado fue: 75,6666666. Este número no tenía ningún significado específico para mí, no me conducía a ninguna parte. Me devané los sesos, pero no logré adelantar nada hasta que recibí la ayuda del número de la precesión del zodíaco. Entonces, el siguiente resultado mágico brilló en la pantalla:

75,6666666 ÷ 0,3333333 = 227

Nuevamente, mis ojos casi no podían creer lo que veían, pero el mensaje de los antiguos científicos estaba más que claro: los números 117 y 227 eran correctos porque ambos están relacionados entre sí y pueden calcularse por medio del uso de la precesión del zodíaco. Entonces, los 11.804 años debían ser correctos también. De aquí en más, resultó fácil continuar:

8.853 ÷ 227 = 39
39 ÷ 0,33333333 = ¡117!

El esquema de la computación para el cálculo del final del mundo demostró ser más que cierto. Pero, como ya estaba familiarizado con la manera de pensar de los atlantes, esto no iba a ser lo único verdadero. Por eso, multipliqué los cocientes entre sí y vi que estaba correcto: 39 x 75,66666 = 2.951.

Una vez que llegué a este resultado, fue fácil hallar otras veinte maneras de calcular y encontrar interrelaciones entre los números. Todo aquel que sabe calcular, puede hacer lo mismo.
Mientras sonaba la canción “Noach” (Noé, en holandés), del CD de Lisbeth List, seguí pensando.

Inconscientemente, yo también cantaba la canción:
Esta noche empezará la inundación,
Precisamente como la del valle.
Ellos están construyendo un arca.
La embarcación está casi lista.
Estamos mirando por TV
Cómo suben las aguas.
Y ahora es allí donde todos quieren estar.
Noé.

Melancólico, seguí tarareando la canción. Casi terminaba y aún no podía desenmarañar por completo el esquema en la computadora. Nadie iba a creerme y las aguas iban a subir hasta alturas catastróficas.
Noé, Noé, ¿por qué tiene que ser de este modo?
Mis conclusiones: Empezando por el periodo entre las dos catástrofes, obtenemos los números “sagrados” de los mayas y de los egipcios. La evidencia de esto es sumamente clara. Más aún, hallamos indicios de que la celebración maya cada 52 años tiene su origen en la cuenta regresiva de la fecha final, porque existen 227 períodos del mismo espacio de tiempo. Todos los números hallados son preocupantes. Estos apuntan de manera ostensible en dirección a la existencia de un “plan maestro”, ideado por los científicos de la Atlántida para advertir a sus descendientes, y a nosotros, la catástrofe que se avecina.

Les ruego encarecidamente y de rodillas, que repasen mis cálculos; quizás puedan encontrar otras conexiones. Cada vez se aproxima más el día del final del mundo. Nadie puede permitirse ignorar el conocimiento de los súper científicos. Ellos construyeron pirámides que aún hoy nos siguen despertando reverente temor. Sus calendarios son increíblemente correctos. Eso solo dice lo suficiente sobre su conocimiento científico. Todos deberían darse cuenta de esto. Entonces, se podrán tomar las medidas necesarias para tratar de salvar a la humanidad. Si no se hace nada, esto podría significar el fin de todo.

El plan maestro decodificado

Por último, en octubre de 2000 logré decodificar la serie numérica. Con mis cálculos se puede demostrar matemáticamente que, empezando desde el 27 de julio de 9.792 a.C., el cataclismo se producirá el 21-22 de diciembre de 2.012. Sin embargo, es tan complicado que necesitamos varios meses para explicarlo en un lenguaje simple. Eso será tema de mi próximo libro. En el capítulo siguiente, podrá leer cómo logramos descifrar otros códigos superimportantes.







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